jueves, 10 de abril de 2008

Una temporada en el infierno

Danilo Barrón Pastor
I. ARTHUR RIMBAUD (1854 - 1891)
Arthur Rimbaud (1854-1891), nació en Charleville (Francia) fue educado severamente por su madre. En 1870, su profesor de retórica estimuló la escritura de unos ensayos poéticos. Uno de sus sueños era conocer París, entonces envía unos poemas a Verlaine y éste, entusiasmado, lo invita a la capital de Francia, así comenzó una errante amistad entre los poetas. Rimbaud dejó de escribir desde 1875 y comenzó una nueva carrera de prósperos negocios, enfermó de un tumor de una rodilla y en Marsella debió amputársele la pierna, Mariría en 1891. Alcanzó a escribrir Una temporada en el infierno, Iluminaciones, Cartas del vidente y Poesías.

II. UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO
Une Saison en Enfer
El único libro impreso por Rimbaud fue Una temporada en el infierno (Bruselas, 1873), escrito en ese mismo año. Como al parecer Rimbaud olvidó pagar -o no quiso- al editor, éste guardó los quinientos ejemplares que constituían la tirada en su almacén hasta que en 1901 fueron descubiertos por un bibliófilo belga, que puso fin a la tradición según la cual el poeta hubiera destruido esa primera edición de su libro. Una temporada en el infierno es el envés de las Iluminaciones, su contexto real, el ambiente en que surgen los poemas que escrutan el misterio de este lírico profundo. Como indica el título, el libro narra una experiencia transitoria, una triple experiencia vivida al mismo tiempo: existencial, estética y espiritual. Como el poeta explicaba a su madre, este libro resume todo lo anterior: "He querido decir lo que ya se dijo, pero literalmente y en todos los sentidos." Habiendo fracasado en los dos primeros intentos vitales: reinventar el amor (Delirios, I) y reinventar la poesía (Delirios, II), a Rimbaud sólo le queda captar "la verdad en un alma y un cuerpo", emancipando el mundo moderno de la tutela del cristianismo. Los regeneradora de la barbarie y la ciencia (la única conquistadora) comienzan a obsesionar el pensamiento del poeta. Rimbaud parece resuelto a romper con el pasado más próximo: "(Yo! (Yo que me consideré un ángel o mago, dispensado de toda moral, soy restituido a la tierra, con un deber que hay que buscar y una rugosa realidad que es necesario estrechar! ¡Patán!". Repudia el amor, la amistad, "¡Basta de cánticos: conservar lo ganado! ¡Dura noche! La sangre reseca humea sobre mi rostro y detrás de mi sólo tengo ese terrible y diminuto arbusto. El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres, pero la visión de la justicia es el placer de Dios únicamente..." No queda más recurso, otra esperanza, que el conocimiento positivo, puesto al servicio de la acción: "Entretanto, es la víspera. Recibimos todos los influjos de armados de ardiente paciencia, entraremos en espléndidas ciudades." La interpretación de Una temporada en el infierno ha dado lugar a numerosos comentarios; así, Paul Claudel ve en Rimbaud un "místico en estado salvaje"; y su amigo Verlaine, "un mortal, ángel y demonio". Resulta imposible resumir la riqueza de motivos y la realidad de estas páginas que son un escalón más en esa ascensión del "voyant" hacia su meta; si alguno destaca más que otro son los temas esenciales de Rimbaud; los de la inocencia y la culpa, el del éxtasis de los sentidos, de la rebeldía, del castigo, y sobre todo el presentimiento de que el hombre -Rimbaud mismo- se hallan en el centro de un mecanismo falaz que come la libertad del hombre. Ante esto sólo queda sentar a la belleza en las rodillas, encontrarla amarga e injuriarla: "Me armé contra la justicia... llegué a borrar en mi espíritu toda humana esperanza. Sobre toda alegría, para estrangularla, ensayé la sorda acometida de la bestia feroz... La desgracia ha sido mi Dios. Me he tendido en el barro. Me he secado en el aire del crimen.. Y la primavera me trajo la risa abominable del idiota."
Una temporada en el infierno es el adiós del poeta a esa alquimia del verbo. Pero antes de ese adiós, que sería definitivo hacia 1875, cuando cesa de escribir, Rimbaud describe en su libro todas las fases de su tentativa de hallar la belleza por medio de una alucinación voluntaria. Comienza por inventar el color de la vocales: "A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales". Buscaba el joven poeta un sistema de correspondencias entre los sonidos y los colores. Rimbaud está atrapado en la adolescencia incompleta del confort; está en medio de un pasado para él execrable y un futuro que teme. Su temporada en el infierno fijó un verbo poético accesible a todos los sentidos, una lengua llena de perfumes, sonidos, colores. Rimbaud le da libre curso a asociaciones sorpresivas, a su imaginación ardiente, a aliteraciones sugestivas y metáforas audaces, hasta llegar a un verso liberado que pronto se transformará en el verso libre de sus posteriores Iluminaciones.

III. NOCHE DEL INFIERNO
Nuit de l' enfer.

HE ingerido un enorme trago de veneno. -¡Sea tres veces bendito el consejo que llegó hasta mí! -Se me abrasan las entrañas. La violencia del veneno me retuerse los miembros, me deforma, me derriba. Me muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. Es el infierno, ¡la pena eterna! ¡Mirad cómo asciende el fuego! Ardo como es debido. ¡Vaya, demonio!
Había entrevisto la conversión al bien y a la felicidad, la salvación. ¡Podría describir esa visión, el aire del infierno no tolera himnos! Eran millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las noches ambiciones, ¿qué sé yo?
¡Las noches ambiciones!
¡Y aún es la vida! -¡Si la condenación es eterna! Un hombre que desea mutilarse está bien condenado ¿no es así? Yo me creo en el infierno, por lo tanto estoy en él. Es el cumplimiento del catecismo. Soy esclavo de mi bautismo. Padres míos, habéis hecho mi desgracia y la vuestra. ¡Pobre inocencia! -el infierno no puede atacar a los paganos. -¡Aún es la vida! Las delicias de la condenación resultarán después más profundas. Un crimen, y pronto, que yo caiga en la nada, en virtud de la ley humana.
¡Calla, pero calla!... Es la vergüenza, el reproche, aquí: Satán proclamando que el fuego es innoble y que mi cólera es horriblemente estúpida. -¡Basta!... Errores que me soplan al oído, magias, perfumes falsos, músicas pueriles. -Y pensar que poseo la verdad, que percibo la justicia: tengo un criterio sano y definido, estoy preparado para la perfección... Orgullo. -La piel de mi cabeza se reseca. ¡Piedad! Señor, tengo miedo. ¡Tengo sed, tanta sed! ¡Ah! la infancia, la hierba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de luna cuando el campanario daba las doce... Allí se encuentra el diablo a esa hora. ¡María! ¡Virgen santa!... -Me horroriza mi estupidez.
¿No están allí esa almas honradas, que desean mi bien?... ¡Que acudan..! Tengo una almohada sobre la boca, no me oyen, son fantasmas. Por lo demás, nadie piensa en los otros. no se me acerquen. Huelo a quemado, es evidente.
Las alucinaciones son innumerables. es lo que siempre tuve: falta de fe en la historia, olvido de los principios. Me callaré: poetas y visionarios sentirían celos de mí. Soy mil veces el más rico, seamos avaros como el mar.
¡Ah! el reloj de la vida se ha detenido hace un instante. Ya no estoy en el mundo. -La teología es seria, el infierno con seguridad está abajo- y el cielo en lo alto. - Extasis, pesadilla, un sueño en un nido de llamas.
Cuántas malicias en la atenta contemplación del campo... Satán, Fernando, corre con los granos salvajes... Jesús camina sobre las zarzas purpurinas, sin doblegarlas... Jesús caminaba sobre las aguas irascibles. La linterna nos lo mostró de pie, blanco y de negras trenzas, sobre una ola de esmeralda...
Voy a revelar todos los misterios: misterios religiosos o naturales, muerte, nacimiento, porvenir, pasado, cosmogonía, la nada. Soy maestro en fantasmagorías.
¡Escuchad..!
¿Poseo todos los talentos! -Aquí no hay nadie y sin embargo hay alguien: no quisiera esparcir mi tesoro. - ¿Queréis cantos negros, danzas de huríes? ¿Queréis que desaparezca, que me sumerja en busca del anillo? ¿Qué queréis? Haré oro, remedios.
Confiad en mí, la fe alivia, guía, cura. Venid todos, -hasta las criaturas, -para que os consuele, para que uno esparza entre vosotros su corazón, -¡el corazón maravilloso!- ¡Pobres hombres, trabajadores! Yo no pido plegarias; con vuestra confianza solamente, seré feliz.
-Y pensemos en mí. Esto apenas me hace extrañar el mundo. Tengo suerte de no sufrir más. Mi vida sólo fue dulces locuras, es lamentable. ¡Bah! hagamos todas las muecas imaginables.
Decididamente, estamos fuera del mundo. Ni un solo sonido. Mi tacto desapareció. ¡Ah! mi castillo, mi Sajonia, mi bosque de sauces. Los atardeceres, las mañanas, las noches, los días... ¡Estoy tan cansado!
Debería tener mi infierno para la cólera, mi infierno para el orgullo, -y el infierno de la caricia; un concierto de infiernos.
Muero de lasitud. Esto es la tumba, voy hacia los gusanos, ¡horror de horrores! Satán, farsante, quieres disolverme, con tus hechizos. Yo reclamo. ¡Yo reclamo! un horquillazo, una gota de fuego.
¡Ah! ¡ascender otra vez a la vida! Otear nuestras deformidades. ¡Y ese veneno, ese beso mil veces maldito! Mi debilidad, ¡la crueldad del mundo! ¡Piedad, Dios mío, ocúltame, me siento demasiado mal! -Estoy escondido y no lo estoy.
Es el fuego que se levanta con su condenado.

IV. COMENTARIO
Después de haber sorteado, si no vencido, las complejidades de MALA SANGRE, podremos, en adelante, plantear con más comodidad.
En este capítulo se describe el infierno en que Rimbaud se ha encerrado definitivamente, al rechazar, después de haberla entrevisto, "la conversión al bien y a la felicidad, la salvación". Veneno y fuego. ¿Por qué haber conocido el cristianismo? Ahora que "poseo la verdad", "que percibo la justicia", no seguirlas equivale a una mutilación del ser, que justificaría la condenación. Invocar al Señor, a la infancia, a María, es, en esas condiciones, pura necedad. Las alucinaciones del segundo tiempo van a comenzar, y también las muecas -"La teología es seria, el infierno con seguridad está abajo- y el cielo en lo alto"- fuera del mundo en el tiempo nulo del infierno.
Se sorprende, sin embargo (pero es porque ha vuelto al estado anterior a "La linterna no lo mostró de pie") de no sufrir ya: "Ni un solo sonido. Mi tacto desapareció". Es la insensibilidad de los que han rechazado la vida al mismo tiempo que la lucha consigo mismo, el sufrimiento, el amor. Advierte, ¡oh horror!, que retorna a la nada. De ahí su sobresalto descubierto la trampa: "¡Satán, farsante!", de esta farsa continua que hace de la vida la primera de las contradicciones, "tú quieres disolverme con tus hechizos". No es, acaso, el príncipe de ese mundo.
En el momento en que tenemos la verdad, nos revelamos incapaces de seguirla. "Mi Dios, piedad, ocúltame, me encuentro demasiado mal". ¿Será, al fin, el llamado a Dios? Al menos, resurgimos a la vida y a los sufrimientos posteriores, "al gran trago de veneno". Un nuevo círculo se cierra. "Es el fuego que se levanta con su condenado".

V. BIBLIOGRAFÍA
- Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno, (Une saison en enfer). Impreso en la Argentina, 1959 by Compañía General Fabril Editora, S. A. Bs. Aires.
- Hugo Friedrich, La estructura de la lírica moderna. De Baudelaire hasta nuestros días. Edit. Seix Barral, S. A. Barcelona 1974.
- Albert - Marie Schmidt. EUDEBA. Edit. Universitaria de Buenos Aires, 1962 - Argentina.
- Arthur Rimbaud. Poesía completa, edición de Javier del Prado. Ediciones Cátedra 1996, Madrid. España.